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De momento, hemos incluido tres secciones como verás abajo:
Poesía, Microficción y Relatos-Cuentos.
¡Que los disfrutes! Muchas gracias por leer.
P o e s í a
Gonzalo San Ildefonso
- José Granados García
- José Mª Fernández Lozano
J.R. Laguna
- María Marrodán
Santiago Hernáez
- Sonia Andújar
Txisko Mandomán Xego
- Valerio Cruciani
Alazne Martínez Romero
LOS PASOS FRÍOS
Artritis por soledad
que el hueso cala
caótica por vocación
vocal aislada
ladera hacia el precipicio
de la noche sin casa.
Hoy tengo los pasos fríos
tengo un desierto por alma
inmenso como el camino
de aquel a quien nadie aguarda.
SÉ
Sé cómo latirá
mi corazón cuando te vea
Sé que colapsará
como una estrella.
Ante mí aparecerán ambulancias de colores chillones
con luces giratorias
como los girasoles.
Caeré muerta al suelo de la emoción
como un pajarillo
con hipotensión.
Porque sé que eres tú
te vi en mis paradójicos premonitorios sueños.
Tus ojos acuáticos
tu alma insondable
tu cáliz enigmático.
¿Para qué amanece hoy?
Si no voy a besarte…
¿para qué amanece?
¡Oh, amor! Cada día soleado sin ti
son miles de kilovatios desperdiciados.
Pero sé, sé que vendrás…
Vendrás, y venderás, para siempre, mi soledad.
Y también sé, amado mío, que aunque solo seas mi amigo, mi amor, mi amigo
¡te amo!
Ana Cuaresma
Uno tiene las vidas para desvestirse
La entrada del circo
La moneda para el pan
,luego, en la afilada muerte de la ciudad
Las cicatrices de los segundos
Transformándose en herida abierta ,paradoja,
Somos programados
Y nadie entiende la robótica como metáfora
Ya que sorprende que esté para quedarse
Es la coletilla sublime que produce la ciudad
Para pagar el chalé a plazos
,mientras uno retiene sus billetes bajo el colchón,
Los secretos pasan desapercibidos
Como la trompa del elefante bebiendo agua de la laguna
Pero la naturaleza triunfa sobre la delicada complejidad de lo humano
Con toda su inteligencia artificial y automática
Que prefiere denominarse inconsciente
Es un esfuerzo analizar una a una las bolitas de barro de las botas
Como corazones se desprenden en los lagrimales
Su salina de latido que cubre tu boca
Se apaga con los pixeles del despertador
Para atender la mañana desde lo abisal de un océano coralino
Desde el timbre vibrátil al alga que se retuerce por las mareas
la naturaleza recobra el sentido desde el observador
lo humano desde el otro
y seguimos sin labrarnos,
,querido,
Han enterrado la nube
Y uno se deja caer a lo profundo de la tierra
Donde distinguir el blanco de su luz de osteoporosis
Para someterse a tratamiento
Las momias vendrán desde lejos en la atrofia de las articulaciones
Renovarán los códigos
Y desarrollarán matemáticas
Para alcanzar las neuronas de un corazón muerto
Cristina Boyacá
Canto y refugio
Heme aquí
contando gaviotas,
desafilando patrias,
desenfilándome del camino,
buscando el torcido renglón
que ensanche el pecho,
regalando versos desafinados
para los muertos
y pierdo,
pierdo el hilo:
ser mujer o madre,
amante o embaucadora,
treparme a los ojos de otro exilio
o huir apenas
a tientas
a la noche.
Heme aquí
inhalando ruidos,
imperceptible a este rincón
de refugio, refugio.
Memoria
En las montañas frías del páramo
amasé arcilla alimentando a mis criaturas,
esculpiendo la piedra donde abuelos
y mayores hicieron ceremonia y calendario.
Hace quinientos años vino el hombre blanco.
Nos desperdigaron por la tierra.
Hojitas de quiche hycata ja, no adiviné que volvería
en busca de más tesoros:
agua, piedra, mineral, sangre.
La noche se volvió eterno pánico atroz.
Los militares acecharon, ya no hubo cuentos, ni sueños.
En los últimos días los niños durmieron con zapatos
y piedras y cuchillos y caucheras por si daba tiempo a defender.
Hace quinientos años vino el hombre blanco.
Nos desperdigaron por la tierra.
Fuimos a otros países bien lejos de la montaña y la fresa.
Los hijos crecieron siendo otros en silencio, ocultando un lenguaje.
Solo escucho el sonido de sus cuerpos quebrados.
Alma partida y los días se hacen largos y la espera
óxido en las maletas, escarcha es el regreso.
No hay rancho ni tierra pero si los ojos de una madre,
una abuela y las extensiones de los hermanos que aún quedan.
Daniela Bartolomé
Habla Vicenta con su hijo
-Madre.
¿qué tiene hoy el limonar
que huele a azufre y a muerte?
-No tiene nada, mi niño, mira
sus limoncitos, ¡qué verdes!
-Que no, madre, que hoy sangran,
han encarnado mis manos
como un morlaco gimiente.
Braman diciéndome que huya
de los limoneros verdes...
-No hagas caso niño mío,
Rey de mi gitana fuente
coge mi brazo y vayamos
por el balaustre celeste.
Por el cielo acongojado, dos siluetas
se recortan en el disco lunar, verde.
(c) Daniela Bartolomé ( del libro Granada)
Acostamiento cánido
En ese amor perro,
entre aullidos,
dentelladas,
coitos inmisericordes,
revolcones y juego
nos roímos
hasta el hueso.
(c) Daniela Bartolomé (de Acostamientos 50+9)
Elena Silva
Mueren los árboles
Son pequeñas simientes en medio del surco
rodeadas de hierbas transparentes.
Crecen al viento y viven de la lluvia fresca de la primavera.
Son los árboles que viven y a la vez, mueren
callados y secos al atardecer.
Se asoman cautelosos en el Otoño se visten de
amarillo para volver a renacer.
Mueren los árboles en silencio en un momento oscuro
y cruel, que lloran y no vuelven a nacer.
Son los árboles de una vida tan pasajera
que reviven a la primavera.
Un mismo yo
Yo tengo hambre de ti, hambre de la locura pasajera.
Eres tú, “un mismo yo” la ausencia del perdón sin conciencia absoluta.
Yo “un mismo yo”
Del disfraz disfrazado del contento del niño de la inocencia.
Delicadas miradas de unos ojos soberbios y crueles al dolor.
Pura vida del que ama y no olvida.
Yo mismo seré parte del mundo perdido.
Yo seré realmente, “yo un mismo yo”
Emilio Martínez Eguren
REFLEXIONES DE GUSTAV VON ASCHENBACH EN SUS POSTRIMERÍAS VENECIANAS
(Thomas Mann, “La muerte en Venecia”)
Un mármol frío surca mis venas,
melodía mortal,
caricia de degradación y podredumbre,
mas, con triste alegría consciente y en cierto equilibrio
inestable,
aprecio que la corrupción puede ser sagrada:
todo es cuestión de voluntad
y complicaciones psicológicas.
En estas piedras y palacios viejos
envueltos por un mar leproso
que inocula la belleza de la putrefacción,
la extinción dorada de los crepúsculos,
en esta sal que contamina el aire y la pureza
de las piedras, elevándolas
a algo indefiniblemente más sublime,
aquí, en la Venecia enferma, aparece
la insoportable hermosura de un niño extranjero,
inconsciente, desdeñoso, perverso
en su inocencia acaso aprendida, acaso fingida:
se revela exultante grito o cántico
soterrado de lujuria y juventud,
burla magnífica del arte
(de mi arte casi inhumano, de mi clasicismo puro),
superación suprema de las formas muertas.
¿Por qué a estas alturas,
cruzada la mitad del camino de mi vida,
un inmaduro cuerpo me impulsa y me reclama
con fuerza de gloriosa cúpula
hacia la mancha y la melancolía de la muerte?
Gina García
Verrugas
Me brotan verrugas en mis sentimientos
también sobre mi piel envejecida.
Y lo reconozco con tristeza
porque en estos momentos
noto baja la intensidad
con la que sentía en otro tiempo.
Me ofusco yo misma,
se me pierde y diluye
la identidad.
Entonces me paro
y decido
no dejarme influenciar
por la monotonía,
arriesgarme sin importar
el resultado.
Aprovechar el privilegio
de ser mujer para
parir una paz
que me proteja.
Amamantar mi autoestima
con sorbos certeros,
asimilar la madurez que ahora me toca
conservando la frescura
con la que sentía en otro tiempo.
Fibra quebrada
Ínfima brizna me siento vagando en lo cotidiano
confundida en el paisaje que me toca estar.
A veces un verde intenso quiere deslumbrarme
y le dejo.
Otras, la parduzca noche me doblega y
oprimida entre sus garras amanezco temblando,
pero sigo atendiendo los quehaceres del momento.
Quizá os despiste mi silueta invencible,
el caos transpira ocultándose tras el perfume.
Bucles de aplomo navegan sin brújula por
mi espíritu sin llegar a atracar, sin puerto.
Titánicas sinrazones gobiernan este mundo
no importa a quién culpar de ello
sino encontrar soluciones.
No quisiera acabar mis días sin conquistar convicciones,
mientras tanto las dudas derivan en cobardía
no debería sentirme vencida sin antes luchar.
Que mi cuerpo lo quemen cuando haya muerto
¿y mi alma? ¿a dónde irá a parar? ¿quién la recibirá?
Gonzalo San Ildefonso
Subjetivo Amanecer
En la sangre de un rayo de luz
que se adentra por el enjambre
cubriendo el amanecer de fuego.
Las gotas del murmullo
brotan en la tierra ocre,
las olas de viento
golpean contra el reflejo
dibujando estelas de humo.
Escapan las sombras
con su marabunta al subsuelo,
el lago mágico
susurra la melodía de la primavera
y en la línea del futuro
el oxígeno de la esperanza revolotea.
Fugaces destellos,
jinetes de porcelana,
hilos de voz encorvados,
murales de cemento,
hogueras de nieve
caminan sin párpados
por la selva.
La niebla derroca los corazones
abnegados por el fango,
las palabras viajan por el vacío
en busca de pétalos celestes,
cadenas de acero rodean las esquinas
y la sonriente posibilidad
es insumisa a las luces de neón.
Bipolar la melancolía
se adueña lentamente de los charcos
mientras un rostro sin vida,
afilado de estrellas,
grita en el olvido,
grita un estallido de realidad
trazando un color de ausencia.
Todo discurre entre redobles
de corazones alimentados por el sudor,
ilusión,
decepción
en un mismo infinito horizontal
de la importancia de unas alas de mariposa
luchando contra molinos de oro,
de las venas palpitando nerviosas
en un océano de creatividad.
Soledad
Estabas desnuda entre la gente,
te encontré gritando amor de entrañas
te encontré maldiciendo
escaparates de apariencia
palabras enmarañadas al vacío.
Estabas en la barra del bar
medio muerta en el olvido,
y los ojos tatuados en cemento
que cortaban los tallos de las alas,
y las bocas pronunciaban tus nombres
en los lechos del alma.
Estabas bella como el destino
feroz e implacable,
roías la piel de la cordura
bebiendo hasta saciar las serpientes,
estabas bella, lo reconozco
vieja compañera de estas ciudades.
José Granados García
Contrariedades
Creí que era libre
como la lluvia
que cae cuando quiere.
Me percato
de la falsa creencia
al declararse la cuarentena
por una gripe.
Me siento enjaulado
como un jilguero;
eterno aspirante
a la libertad.
Música, lectura y escribir
atenúan mi desesperanza
El paseo del preso;
pasillo arriba
y pasillo abajo;
desentumece mis piernas.
Recibo un mensaje:
“a nuestros abuelos los mandaban
a la guerra.
A nosotros
a casa.”
Haya paz.
José Mª Fernández Lozano
EL HUMILLADERO
Sobre pedestal de piedra
una cruz con musgo seco
humilde enraíza su peso
indicador anclado en tierra.
Rasga el viento quejidos
los míos no son primero
retahíla repetida en eco
que advierte a mis oídos.
Humos subidos de tono,
orgullo asido al hueso
no deja pensar sereno
si mi acierto viene solo.
Errante de caminos
forastero soy al pueblo
siguiente al humilladero
de dudas y entredichos.
Con dimes y ofertas
ensalzo lo que tengo
virtudes hasta el cielo
poderes y promesas.
La venta no cuaja
como vine vuelvo
pasé por el humilladero
con la cabeza gacha.
Acaté el devoto aviso
de la cruz su consejo
convincente recuerdo
al caminante atrevido.
Entierra aquí tu orgullo
la vanidad no hace sendero
la jactancia sin esfuerzo
se esfuma como humo.
Mejor entrar bondadoso
a un expectante evento
valioso, crucial momento
que salir como mentiroso
ante la cruz del humilladero.
LLUVIA
Llueve. Da nostalgia quedarse en casa,
toco el cristal frío
de la ventana con la palma de la mano,
me contagia una sensación de bajeza,
de moral triste.
Con un halo de aliento de vapor blanco
veo dibujado en el espejo mi desánimo,
entre los dedos arrugas hundidas, mojadas
de lágrimas desgastadas.
La nube de ahí arriba esgrime su fuerza,
yo mi cobijo apocado, arrinconado, vencido.
Me arriesgo y bajo a la calle con paraguas,
salpico charcos,
una mano en el bolsillo, refugio,
la otra desnuda, fría, lavada de sentimientos,
sufre la soledad,
el aguante estoico, el tipo,
contagio de tacto entre mi ropa rígida,
helada, de sensiblerías no entiende.
La reacción distante. No llega.
Indiferente, perdida, de estímulos abatidos,
el efecto sedante quieto,
la reacción estancada.
Las decisiones en frío, la presión del momento
no surten efecto.
Vuelvo otra vez tras los cristales
nostalgia de luz, de azul claro.
Juego con colores.
La mente pinta pálidos,
la nube negros,
el aguante quiere ser verde.
No hay palomas en las ramas del olivo
de la rotonda de enfrente con cáscaras de pino
como cama con manta mojada
y bordes de adoquín negro.
Negro el cielo, escupe sin piedad
sus lamentos
y contagia los míos, caídos,
que ya no son
de color verde,
no hay esperanza.
¡Frío, frío,
mirando hacia arriba no está la salida!
Mañana, dicen,
volverá a llover.
Frio, frío por ahí no está la salida,
la luz de la alegría está dentro
si se la sabe buscar.
Imagino árboles en flor,
un paseo entre prados de primavera
de la mano con quien más me gustaría estar.
Entro en calor. No importa que llueva.
J.R. Laguna
LLuvia
llllllllllllllllllllllllllllllllllllll
llllllllllllllllllllllllllllllllllllll
llllllllllllllllllllllllllllllllllllll
llllllllllllllllllllllllllllllllllllll
Flecos de vertical agua,
lágrimas longitudinales
que penden de las nubes.
¿Por qué esa melancolía
de lánguidos violines
que mi corazón empaña?
¿Por qué esos paraguas negros
que acogen a los amantes
en los bulevares me parecen
alas tenebrosas?, tan lúgubres.
¿Por qué esa melancolía,
si el agua es vida?
llllllllllllllllllllllllllllllllllllll
llllllllllllllllllllllllllllllllllllll
llllllllllllllllllllllllllllllllllllll
llllllllllllllllllllllllllllllllllllll
Cama
Sin duda fuiste invención
de un dios cansado,
de un dios pagano.
Tal vez Dionisos te creó,
debido a su afición
al horizontal reposo,
harto de que se le clavasen
en sus blandas carnes
las agujas de los pinos.
Qué mejor que un cómodo lecho
en donde brindar con vino amargo,
junto a bellas bacantes
y alegres compañeros,
por las dulzuras de la vida.
María Marrodán
EL MOTÍN DE LOS RECUERDOS
Cuando se amotinan las fotos de un álbum desgastado,
y una sola imagen
desbarata tu noche y tus recuerdos,
entonces,
Entonces te adentras en su historia y la revives.
Y por un momento,
por uno solo e infinito,
volvemos a ser los niños
que allí fuimos
y el cielo nos pide disculpas por sus faltas.
SIGNOS DE EXCLAMACIÓN
Hoy llegue tarde al trabajo,
también ayer y antes de ayer.
Lo hice sin premeditación,
pero fue alevosa
la forma en que escribí
los puntos suspensivos de los besos
y todas las interrogaciones
y esos signos de exclamación que son
tu boca bordeando mi cintura.
mis labios en tu piel.
Roberto Arróniz
No entiendes, no imaginas, no tienes ni idea
No te imaginas lo grande que eres.
La novísima persona que ha trascendido implacable e impecable
los límites y el universo de su propia y más hermosa esencia.
Te lo aseguro.
Eres el cambio más absoluto,
la evolución proclive y persistente que se empeña poderosa en resurgir,
crecer tremenda y pura
para mostrar cada segundo
el sublime nacimiento de la persona y mujer
más repleta de virtudes que he conocido.
No te haces una idea de quién eres,
de lo que vales, de lo que das, de lo que aportas
y de lo que significas para el resto del Mundo.
No te das cuenta como yo
de que exhalas y exudas poesía en cada detalle,
en cariño, en amor
y en llenas palabras puras que rebosan verdad,
emoción y sentimiento.
Eres impulso, fluir de fuente y vida.
Evolución, revolución en sucesivos sucesos y continuo desarrollo.
Sin lugar a dudas, querida.
Simbolizas el cambio, la adaptación, el mimetismo natural
y el camuflaje más perfecto.
No, no temas a lo que viene.
¿Acaso teme la mariposa su propia metamorfosis?
Estoy aquí, estoy contigo
y seré yo el que vea en tus ojos maquillados de azul y fuego,
la bondad, la dulzura y el amor
de la vida que te espera.
Santiago Hernáez
Grita al alza
Para cuando terminen la mortaja,
de tu lomo, de tu sudor y de tu trabajo,
templa tu garganta, grita al alza.
España que han querido convertir,
en bocado del sinvergüenza,
como carne de brasa.
¿Dónde quedan las tormentas,
de dignidad y de gallardía?
¿Dónde queda la contienda,
por un porvenir con osadía?
Enterremos, sí, enterremos,
bajo la voz de nuestras suelas,
a los verdugos de nuestras libertades,
a los protectores,
del capital y sus doblones.
Destierro para estos públicos criminales,
crápulas y badulaques,
que esputan con sus discursos,
de supinos sablistas,
las flemas de la mentira.
¿Quién sino, convierte la despiadada tierra,
en dulce fruto,
o el jornal en resultado,
con su sudor, su vida y sus manos?
Y ahora,
que la usura danza en el viento,
que el trabajo es mísera migaja,
que para nuestros achaques faltan galenos,
que el ahorro sea una cota muy alta,
que no sea nada ni nadie el maestro,
que esté más lejos el rico del pobre,
que parezcan bañados en oro los techos,
que se considere delito la protesta,
y todo un privilegio, tu derecho.
Ahora,
para cuando terminen la mortaja,
de tu lomo, de tu sudor y de tu trabajo,
Ahora,
templa tu garganta, grita al alza.
A mi pueblo de azahar
Ahora,
que el otoño ha bajado el telón,
del único escenario en el que puedo bailar.
En esta urbe,
en estas frías mañanas,
¿qué será del mar?
No percibo luz de faro,
ni a la espuma, suspirar,
¡qué maldita nostalgia,
la de la barca que no ha de navegar!
Líbrame del asfalto,
del gris que viste la ciudad.
Líbrame de este traje,
y llévame a mi pueblo,
a mi pueblo de azahar.
Sonia Andújar
A mi abuela
Mujer de labios grandes,
en ti la vida se acuesta al sol.
Rizos de plata en el cabello,
esos que tanto han visto a la vida correr.
Mujer de ojos pequeños
que son ardientes espejos del camino,
cansados, llenos de estrellas,
reflejo de la sombra y el vagar de una luna inmensa.
No te ves, no ves la belleza de tu silueta,
tu perfil redondo y perfecto.
Tienes la experiencia de quien lleva la vida en sus entrañas,
a cuestas… el recuerdo, las ampollas...
La vida remansa en tu mirada,
te abres en las mañanas,
floreces mirando al sol,
en los minutos de soledad en tu salón,
en el vaivén de los días y las noches.
Tú, mujer de sonrisa inmensa,
plena en su sentir,
con lágrimas de alacena.
Quién podrá sentir las piedras que hubo en tu camino,
quien será consciente de tus ardores,
labores de huerto espeso,
bosque latiendo,
sensible en tus poros y arterias.
Dulce silueta blanca,
de batalla ganada,
de vida exprimida,
de melancolía intensa.
Txisko Mandomán Xego
Astronómicamente hablando
Por entre la materia oscura de tus muslos
alza su cúpula mi observatorio
como va siendo público y notorio
según se perfeccionan los músculos
de mi intrépido telescopio
que se despliega y magnifica
—¡ay mi morena en órbita!—
buscando el agujero negro del gemido
por lácteas vías
hélices ondas neutrinos
bangs quásares novas
gravedad cero
polvo estelar
———ése que tú y yo, mi negra, somos,
de donde venimos,
adonde vamos.
Ése que ahora mismito echamos.
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Todos los derechos reservados salvo copyleft
by †xÎƧkØ
Del libro ‘Desde que hablo solo, nadie me escucha’.
De la siempre difícil relación entre el escritor y el lector
Aún recuerdo cuando nos acostábamos
a brazo partido, con alegría núbil,
en fluvial concordancia con la hidráulica de la vida,
sin tesis que defender, sin aforismos,
sin duda bajo el pico de viuda de su frente,
a todos los efectos sin un pasado,
como una deflagración en la pestaña súbita.
Parece que fue ayer cuando decir
tiempo era decir de aquí a una semana como mucho,
y éramos 3 y más de 3,
nos gustaban los gatos,
y uno se desdecía,
pero no había malicia
ni falsas comuniones.
Rememoro minucias,
hechos sin importancia,
objetos —son memoria— vacíos.
Perdóname, lector, las disonancias,
y acaso el haberte distraído.
Dirigir la atención de aquí a allá
es por definición mi oficio.
Léeme, pues, atento, prevenido,
y sabe bien de la fuerza de mis potestades.
Déjenme recordar mi juventud tardía,
todas mis juventudes tardías para ser veraces.
Para ti, lector, reúno las memorias
de aquella noche en que comprendí llevar
la trabazón a lo contrario de lo que pretendía,
para que vislumbres una chispa de iluminación,
para afinar tu sentido de la decencia,
para atinar con la constitución del barro,
para agitar ante ti la noción de lo eléctrico.
Recuerdo un rostro joven,
luciente de alegría,
esos ojos de chino,
por cierta irrelevancia que el lector adivine.
Yo puedo recordar noches de gaupasa
comiendo apenas entre un ácido y otro
sin cambiarme de ropa,
y las clases de metodología por la tarde
hachísmente en la cama de una amiga,
y los ensayos para los recitales músico-poéticos.
¡Mas basta de entusiasmo adolescente!
Que el recuerdo entumece
si es muy mucho, y aquí nos encontramos
a día de hoy de tal del siglo veintitantos,
inesperada, improcedentemente,
habiendo escrito mucho de una sola sentada,
y me reclama ahora ella desde el cuarto,
y esto, lector, es una cortinilla.
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Todos los derechos reservados salvo copyleft
by †xÎƧkØ
Del libro ‘Poemas Impuros’.
Valerio Cruciani
Spostarsi
Quelli che non si fermano mai e
non fanno mai parte di niente:
la moltitudine è in loro
ma non lasciano traccia lì fuori.
Non c’è spazio per l’omaggio
in onore a coloro che viaggiano.
Quindi non cambiare troppo spesso
di residenza, cerca di vivere e morire
sempre nella stessa casa,
la verità si beve mettendo radici
e non di valigia in valigia,
legato a un camion di traslochi.
Ci hanno venduto la sciocchezza
che essere liberi vuol dire viaggiare,
quando in realtà essere liberi
vuol dire saper viaggiare
nei microscopici dettagli
della nostra poltrona, tra le strade
del nostro quartiere, conoscere fino in fondo
le piccole miserie dei nostri vicini
e le loro virtù.
Ma in questo mondo
di quartieri senza residenti
che ha fatto del cambio costante
un dogma più grande di noi,
non ti è dato sapere neanche
il nome della tua strada.
Non viaggiare, quindi. Resisti.
Non viaggiare. Resta dove sei.
Diventa ciò che ti circonda,
le stoviglie e i mobili di famiglia,
il bar sotto casa, il cane della porta accanto,
gli orari del medico e del postino.
La poesia respira
nell’immensità della clausura.
Moverse
Los que nunca paran y los que
nunca forman parte de nada:
la multitud reside en ellos, aunque
no dejen huella alguna ahí fuera.
No hay espacio para el homenaje
en honor a los que viajan.
Por lo tanto no cambies a menudo
de residencia, intenta vivir y morir
siempre en la misma casa,
la verdad se bebe echando raíces
y no de maleta en maleta,
atado a un camión de mudanzas.
Nos han vendido la idiotez
que ser libres quiere decir viajar,
mientras en realidad ser libres
quiere decir saber viajar
en los microscópicos detalles
de nuestra butaca, conocer en profundidad
las pequeñas miserias de nuestros vecinos
y sus virtudes.
Sin embargo en este mundo
de barrios sin residentes
que hace del cambio constante
un dogma demasiado grande para nosotros,
no se te concede saber ni siquiera
el nombre de tu calle.
No viajes, entonces. Resiste.
No viajes. Quédate donde estás.
Conviértete en lo que te rodea,
la vajilla y los muebles de familia,
el bar de la esquina, el perro del vecino,
los horarios del médico y del cartero.
La poesía respira
en la inmensidad de la clausura.
Dialogo tra il viaggiatore e le trote
L’Ebro è pensieroso in questi giorni;
nella poca acqua
che scorre immobile a valle
si accumulano decine di trote affannate.
Beate loro, le trote, che nuotano
e nuotano lanciando dardi
affilati quando le colpisce il sole.
Suppongo che non gli interessi
sapere cosa c’è qui, chi è
tutta questa gente
che corre o cammina,
i boia con le canne da pesca
o quegli animali al guinzaglio.
Suppongo siano più attente
a quegli uccellacci che nidificano
a pochi metri dall’acqua, e le guardano
dall’alto delle loro torri,
le osservano, studiano le loro mosse
per addentare in picchiata
un’altra sentenza capitale.
Non so. Adesso che ci penso
e lascio scorrere in pace
il mio ruscello interiore
forse non è poi così bello
essere una trota: anche loro hanno certi pensieri.
Fa freddo. Libero l’ultimo ricciolo
di fumo dalla mia cicca.
Applaudono le campane
della Concatedral de la Redonda.
È ora di tornare a casa.
Diálogo entre el viajero y las truchas
El Ebro está pensativo en estos días;
en la poca agua que inmóvil fluye
se acumulan decenas de truchas afanadas.
¡Felices las truchas que nadan
y nadan lanzando dardos
afilados cuando las alcanza el sol!
Supongo que no les interese
saber lo que hay aquí, quién es
toda esta gente
que corre o anda,
los verdugos con las cañas de pescar
o esos animales con correa.
Supongo presten más atención
a esos pajarracos que nidifican
a pocos metros del agua, y las miran
desde lo alto de sus torres,
las observan, estudian sus movimientos
para morder en picado
otra sentencia capital.
No sé. Ahora que lo pienso
y dejo fluir en paz
mi riachuelo interior
quizás no sea tan bonito
ser una trucha: ellas también tienen ciertas preocupaciones.
Hace frío. Libero el último rizo
de humo de mi colilla.
Aplauden las campanas
de la Concatedral de la Redonda.
Ya es hora de volver a casa.
M i c r o f i c c i ó n
Ana Cuaresma
En lo absurdo de narrar lo acontecido en la noche que escapa como una bandada de pájaros y con una miga de pan en el bolsillo.
El Personaje
Es un hombre alto que sale con su gorra. Ha puesto en el móvil un trozo de plastilina blanca y un par de cables aplastados hasta el borde. La química para su trastorno no es correcta. Coge dirección centro de salud. Apunta con el móvil a la recepción. Se sujeta el lumbago. En la columna existe una vida gelatinosa de médula atascada. Enfila el pasillo. El médico. Repite su requerimiento hasta que es reducido por una carga policial. La gorra queda en el suelo. Hoy le visita la asistente. Ultimo día del año de arresto domiciliario. Solucionado. Plano.
El amor en fénix
Había resurgido de sus cenizas durante el verano. En otoño, quedaba con ella en un café. El llegó con el plumaje rojo y los ojos azules de siempre, ella, la montaña que juró nunca más volver a sobrevolar. Acabó besándola como si hubieran pasado quinientos años.
La esquina
Cuando se chocaron al cruzar la esquina no se conocían. Al morir ambos, la esquina volvió a ser un pedazo de materia desnuda y hueca.
im-posible
Conduce el coche a baja velocidad por la carretera comarcal entre montañas hacia su pueblo. Era un 11 de enero, una mañana luminosa de sol escondido y nubes esponjosas con movimiento lento. El azul del cielo era como el que pintaban sus hijos. Pensando en la imposibilidad de conducir sobre las nubes, el coche en doble tirabuzón siembra la tierra.
Alguien seguirá esperando las pruebas.
Emilio Martínez Eguren
EL LIBRO DE LOS ELIXIRES
La pócima de visión
Este filtro o pócima incrementa su poder si se realiza y se ingiere en la polvorienta biblioteca de un castillo de piedra arruinado.
Tómense unas gotas de transparente sangre de sirena báltica. Añádanse a la redoma junto con unas briznas de la hierba gris que nace en los acantilados de pizarra al oeste de Estocolmo. Después de mezclado, se incorporan unos gramos de los diminutos cristales que flotan en las pupilas de los gavilanes (preferentemente si son pardos y hacen sus nidos en las torres de Hibernia). Se vierte todo en tres litros de leche de cierva vibrante. Cuézase la mezcla obtenida durante un par de minutos, enfríese con hielo azul. Después de unas dos horas, se le echará por encima sal de bayas dulces y el polvo frío extraído de las minas de plomo de Tubingia, ese polvillo plateado con tacto como de seda metálica, o de muchacha eslava bella y muerta.
Ha de beberse durante las primeras horas del alba, si es posible en una antigua biblioteca, como se ha dicho. Tras media hora, notaréis cómo vuestra visión se despuebla de seres inútiles, los perfiles de las cosas se harán más nítidos pero dobles, y los fondos y horizontes se profundizarán, permitiéndoos contemplar las fuentes secretas de los ángeles, los deseables colores de la muerte que en todo subyace y no ha de temerse en adelante.
Gillian Rioja
La Historia de un Trozo de Lechuga
En el plato de Milagros había un trozo de lechuga. Era una de las hojas exteriores de la planta y por casualidad el cocinero no la había echado a la basura con las otras marchitas.
La lechuga consiguió llegar al restaurante gracias a que el agricultor había instalado un eficaz sistema de riego que salvó las plantas durante un verano muy seco, y gracias a que los pesticidas mataron a los insectos que amenazaban la cosecha.
La lechuga llegó a existir porque durante miles de años sus antecesores recibieron suficiente agua y sol, y porque todos ellos tuvieron la fortuna de dejar descendientes antes de que fueran comidos o pisoteados o atacados por bichos o fulminados por un relámpago o inundados por un exceso de lluvia. Porque la cadena no se rompió.
Porque el ADN de millones de generaciones se adaptó. Porque mil millones de aminoácidos se reunieron precisamente en la secuencia correcta para producir proteínas. Porque trillones de moléculas elementales se combinaron para formar moléculas complejas. Porque billones de trillones de átomos fueron captados por la gravedad de nuestro sol justo a la distancia que favoreció la aparición de la vida. Porque hace catorce mil millones de años la singularidad se despertó…
Para Milagros la ensalada tenía demasiado vinagre y dejó la mitad, incluyendo el trozo de lechuga. Éste fue al cubo de basura de la cocina, después al contenedor de la calle y terminó en el vertedero donde se descomponía junto con una lata de atún, una compresa usada y toneladas de desechos más.
Dentro de quince años Milagros morirá en un accidente de coche y su marido decidirá esparcir sus cenizas en el río del pueblo donde se conocieron y que está cerca del vertedero. Algunas de las cenizas de Milagros se mezclarán con el lodo de la orilla, compuesto en parte por las moléculas del trozo de la lechuga. Milagros y la lechuga se unirán para formar parte de un junco que crecerá allí y será aplastado por un niño que juega con un barco teledirigido. El junco lo comerá un lucio cuyos descendientes no sobrevivirán a la caída en la tierra de un meteorito. Todo de lo que antes se componían Milagros y la lechuga -los neutrones, protones y quarks y la inmensa nada que los mantiene unidos- saldrá despedido al espacio y dentro de eones será engullido por un agujero negro.
En un restaurante de otra galaxia en otro mundo del multiverso una lechuga contempla su plato. Le encanta la vinagreta y se zampa con gusto el último trozo de Milagros.
Gina García
Sobre el Derecho de Asilo
Secuencia de polvo y mar
Mamá, me duelen los pies –dice Alin mientras mira sus zapatos polvorientos. Hace apenas unas horas que han salido de su casa con unos pocos enseres y lo puesto. Caminan atravesando la noche con miedo pero con firmeza.
Padre va delante con Aamaal, que al oír la queja de su hermano se da la vuelta para subirlo en hombros. A sus veinte años siente que se ha vuelto vieja de repente, pero no tiene tiempo de pensar en un mal final. Familia, supervivencia, una meta que permite escapar al caos.
Para madre es demasiada carga su propio silencio. Quizá nunca vuelvan a su hogar pero no puede mirar atrás, las bombas revientan cada vez más cerca.
Su hermana, que partió hace unos meses, le ha contado que si consiguen embarcar, mantenerse a flote, alcanzar la costa, tendrán la oportunidad de comenzar una nueva vida. Debe hacerlo por sus hijos, no puede más con la angustia de pensar que a ellos o a su marido les pase algo que no tenga remedio. El infierno está en su puerta y no dejará que le queme.
Al alba de no sé sabe cuántos días llegan a esa lancha abarrotada. El cansancio les puede tanto, que ya no les importa un naufragio. El agua les rodea, aunque todos tienen sed. El aire respirado es sudor y escalofrío.
Padre les abraza con la cabeza gacha cobijándoles en la mezcla de derrota y esperanza. El neumático de la lancha se resiente, demasiado peso.
Hay un revuelo de gaviotas un poco más lejos. Aquí, justo a tiempo, un barco de salvamento marítimo.
Mª Jesús Martín
Mi padre y yo
Estoy paseando por la ciudad, cae la tarde, escucho el canto de los pájaros y casi sin darme cuenta, mi mente se va al pueblo castellano donde nací.
Allí el cielo al atardecer se tiñe de colores rojos, ocres y azulados.
Y te recuerdo a ti, padre, cuando hace años ya, pasábamos días de verano juntos. Te gustaba pasear temprano y a mi acompañarte.
Caminábamos por sendas, lomas y caminos que tú bien conocías, me contabas dónde había un manantial, ahora seco o aquél majuelo que tú tanto querías y cuidabas.
Descubrí contigo nuevos caminos y pinares, escuchando historias de tus tiempos jóvenes, cuando los recorrías casi a diario.
Me describías los nombres de cada especie de árbol, plantas y pájaros que tú bien conocías.
Ahora escucho una música, alguien toca en la calle entre la gente que pasea. No sé si tú la escuchas, pero seguro que allí donde estás, oyes los trinos de los pájaros y hueles el aroma de los pinos y el tomillo.
Cierro los ojos y veo tu sonrisa, la misma de siempre.
Me miras, ya no hay secretos entre los dos y sonrío.
José Granados García
Sorprendente
No probó una copa de vino en su vida. A pesar de dedicarse en cuerpo y alma a sus prestigiosos viñedos. Pero al finalizar la jornada laboral caía mareado cerca de su bodega. Los vecinos lo tenían catalogado como alcohólico empedernido. Nadie lo vio beber, no obstante, lo encontraron caído en multitud de ocasiones.
Consciente de su mala fama, decidió poner fin a tanta habladuría local. Concertó hora con su doctora de cabecera y le explicó que cada día, sin beber alcohol, acababa en el suelo mareado. La perspicaz facultativa lo sometió a un exhaustivo interrogatorio sobre sus hábitos alimenticios y le solicitó una analítica de sangre.
Una semana después nuestro protagonista volvió a la consulta de la citada doctora y esta le explicó que sufría una diabetes severa y, al comer tanta uva en sus viñedos, los niveles de azúcar en sangre ascendían peligrosamente, bordeando el coma diabético.
El caso fue radiado en la emisora del pueblo y los vecinos avergonzados comprendieron que no se trataba de borracheras sino de la siempre espinosa diabetes.
El viticultor se sometió a analítica nuevamente a los tres meses y la glucosa en sangre se le compensó. Las uvas las comería los días 31 de diciembre de cada año. Se acabaron sus mareos y tropiezos.
El disfraz
Jack se disfrazó de asesino y mató a su vecino.
Roberto Arróniz
La breve visita del Señor Andrade
El señor Andrade entró en la consulta después de esperar pacientemente su turno. Podría decirse que se trataba de una visita rutinaria, así que entró, saludó a su médico y éste le dio las buenas noticias: no padecía ninguna sintomatología grave. Todavía era joven y estaba sano. Paradójicamente, el señor Andrade conocía de antemano el auténtico mal que le acuciaba: se sentía solo, muy solo a pesar de estar rodeado de gente, y también sabía que no había receta ni pastilla que paliase de algún modo su enfermedad crónica. ¿Por qué acudió entonces al médico? Quién sabe. Es probable que buscara un placebo, el remedio capaz de combatir el veneno invisible que no detectaban los análisis ni las pruebas físicas. Y por supuesto que no comentó nada de esto con su médico; porque el señor Andrade nunca ha sido un hombre hipocondríaco y mucho menos un tipo impertinente.
Txisko Mandomán Xego
Axiomática
Nunca
—nadie—
ronca.
Sí
—Sí —me contestaste.
Pero a mí se me había olvidado la pregunta.
Mendigando (o la cruda realidad)
El mendigo, genuflexo, con una caja de latón llena de calderilla, exhibía en un letrero de cartón, sin faltas de ortografía, el reclamo: «Pido para no robar».
Un chaval leyó el cartel y, sin pensarlo dos veces, le espetó: «¡Me cago en la leche: roba para no pedir!».
Dos muertes ciertas
Siendo más pobre, regalé a una amiga muy querida, en su cumpleaños, un cuadernillo confeccionado a base de pegamento, recortes y textos manuscritos breves —muchos ultracortos—, titulados por ejemplo ‘El Cantante’, y resueltos así: “Afónico y cansado, se reclinó un instante sobre el micrófono y sacó lentamente el revólver”, lo que se acompañaba de alguna imagen convenientemente ambigua, una orquesta tiroteada o una escena de pánico de una película de terror.
No recuerdo los títulos, ni las tramas (la citada es apócrifa), excepción hecha de una. Tenía esta por motivo un maltratado bono de diez viajes de metro, ocho de ellos usados, bajo el que se contaba la historia de un viajero que, atrapado entre las puertas del convoy, llegaba agonizante a la siguiente parada, sosteniendo el billete en su mano. Antes de perder y sentido y quizá la vida, dibujó la uve con los dedos de la otra, no sabemos si queriendo significar triunfo o que todavía le quedaban dos viajes que gastar.
Ha pasado el tiempo, mi amiga y yo nos hemos alejado. No sé en qué estante o cajón descansará del regalo —si se conserva—, a quién lo habrá enseñado ni en qué manos caerá cuando los dos, de tanto cumplir años, nos hayamos ya muerto.
Precipitación
El tipo vivía en el quinto piso.
En el cuarto, su vecina veía la tele con una mascarilla facial y varias rodajas de pepino repartidas por la cara.
Los vecinos (y hermanos) adolescentes del tercero se peleaban, como de costumbre, por la ropa que se pondrían para salir poco después.
También pudo ver fugazmente cómo los Hernando de Golumar-Sabina de Hermosilla, el matrimonio del segundo, charlaban plácidamente en su lujoso salón en torno a un diario.
El primer piso estaba vacío.
En la peluquería, sólo Fidel, el barbero.
El médico forense extendió acta de la muerte del tipo por traumatismo cráneo-encefálico mortal de necesidad.
El juez de instrucción levantó el cadáver del suicida.
Indicaciones
Sí, le queda un poco a desmano, pero si sigue mis indicaciones no se pierde. ¡A quién se le ocurre salir tan lejos!
¿Ve, en lontananza, aquel edificio de Foster, también conocido como La Kundalini? No lo pierda de vista mientras se dirige hacia él.
Una vez allí, haga un giro de 270 º y enfile hacia delante. Procure no distraerse mucho, es un mal barrio el que tiene que atravesar. Siga en línea recta. Notará que deja atrás esas malas calles por la ausencia de mendigos y de orines de perro en farolas, señales y otro mobiliario urbano.
Continúe hasta la fuente luminosa que verá enfrente y tire recto un kilómetro más o menos. Coja la línea 8 hasta Descampado. Ahí debe tenerlo, a la vista.
Franquee la entrada, localice su lápida, introdúzcase en su ataúd y ya puede Vd. descansar tranquilo.
R e l a t o s C u e n t o s
Ana Cuaresma
Gillian Rioja
José Granados García
J.R. Laguna
- María Marrodán
Roberto Arróniz
Txisko Mandomán Xego
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